lunes, 2 de mayo de 2011

Relato. Un hombre.











UN HOMBRE

Brutalmente, le llevaron al patio, donde le esperaban dos hombres perfectamente uniformados y listos para hacer su trabajo. Junto a estos hombres le esperaba una columna, de un metro de alto, con anillas, supuso que para atar unas cadenas. Era evidente que las destinadas a atarse a esas anillas eran las que él mismo tenía atadas a sus esposas de hierro, que llevaba en torno a sus muñecas, cerradas como la mandíbula de un cocodrilo sobre su presa…

Los mismos hombres que le habían arrastrado le tiraron al suelo del patio con toda la brutalidad de que fueron capaces. Al caer, notó como si su rodilla se hiciera añicos contra el suelo, pero apretó los dientes y no profirió ni una sola queja. A duras penas, se levantó y miró a los dos hombres de uniforme. Ellos le miraron y, con cara burlona, le ordenaron que se pusiera de rodillas. Obedeció. A la fuerza, le ataron con esas cadenas antes mencionadas a la columna, después de despojarle de la parte de arriba de sus ropas. El condenado cerró los ojos y esperó el primer golpe, asustado…

Dos horas después, ¿fueron dos horas? Le parecieron dos días. Lo levantaron del suelo, bañado por su propia sangre, y lo arrastraron de vuelta al lugar de donde lo habían traído. Cuando los jueces lo vieron entrar, hubo una exclamación general de asombro, pues el hombre que le presentaban no se parecía en nada al que hacía unas horas habían visto sentado en el banquillo de los acusados. Muchos de ellos creían en su interior que no podía ser el mismo, pero la evidencia los hacía entrar en razón. Era él, y había recibido su castigo. El único de los jueces que no se impresionó del estado en el que devolvían al acusado fue el abogado atacante, que ordenó a sus hombres que obligaran a la multitud congregada a pedir la pena máxima para el desdichado.

A duras penas, llegó hasta el político, que, colocando al acusado en el centro de las miradas exclamó con voz firme, de manera que las doscientas personas congregadas en la plaza lo oyeran: -‘’Ecce homo!’’

Luis María Sancho Pérez

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