Tiempo. Tiempo que pasa. Tiempo
que me rodea y me aprisiona, que me roba alientos sin preguntar, que me mata
segundo a segundo. Tiempo que destroza instantes que debieron ser eternos, que
se ceba en las despedidas, en las estaciones de tren y los aeropuertos, en los
besos, los abrazos, y los “cuídate mucho”. Tiempo que no tiene corazón. Tiempo
que convierte en simples recuerdos las sonrisas, los pitillos en corro, las bromas y
los diálogos que cambiaron el mundo para siempre. Tiempo que convierte milenios en un ayer. Tiempo que me construye, que
me crea a cada minuto, que me hace quien soy sin terminar de ser ni terminar de
cambiar. Tiempo que no se para, que no me deja margen de reacción, que va
demasiado rápido, e, inclemente, hace oídos sordos a un “¡espera!”. Tiempo que
no para, y no parará hasta que sea todo polvo y sombras. Tiempo que me da la
medida de lo hermoso, la armonía del momento exacto. Tiempo que me madura el
corazón, que me lo abre a nuevos mares, y a otros corazones, y tiempo que me
hace navegar en esos mares y en esos corazones, y conocer más las caras que ya
conozco. Tiempo que me deja en la memoria rostros, momentos, lágrimas e
historias. Tiempo que lleva hacia la muerte, y hacia lo que hay después. Porque
después de que el tiempo haya hecho a todo pasar, entonces pasará el propio
tiempo.
Tiempo que este año me ha dejado
caras como la de Klaus ,
un sintecho alemán que conocí una noche de marzo en
Colonia, en un local donde se daba a los indigentes cena y cobijo los sábados por la noche. Hablaba por
los codos, y bromeaba cada dos por tres, riendo y haciendo reír a su alrededor.
Tenía unos cincuenta o sesenta años, el pelo blanco amarillento, y una tos que
daba un poco de miedo, más aún viendo que fuma, y más aún cuando te enterabas de
que tenía una enfermedad incurable del pulmón. Un brindis por Klaus,
¿quién sabe si seguirá vivo? O caras como la de Rami , un refugiado
sirio que había llegado a Frankfurt huyendo de la guerra. O como la de Reinhardt , un alemán
de Essen, que viaja todos los años a África, Filipinas, India y Pakistán en proyectos
de solidaridad, y que me ha enseñado tantas cosas. O momentos mágicos leyendo
Harry Potter bajo el sol en el jardín de la Universidad de Mainz. Y esas
conversaciones de corazón a corazón con Javi y Salva, dos grandes amigos y
confidentes de primera. Y nuevos poemas y progresos en la escritura, que algún día verán la luz. Y nuevos (re)
descubrimientos musicales, como Fun, Passenger, Pink Floyd, AMK, Nach, Xavibo,
o Fito…
Todo cosas que han pasado, y
seguirán pasando, empujadas por un tiempo ciego e imparable, por un tiempo que
se convirtió en ceniza, y convertirá en ceniza todo a su alrededor, sin que le
podamos preguntar y sin que le interese nuestra opinión. Así es la vida.