lunes, 16 de junio de 2014

Después de un año, un poema...


Qué cosas tiene la vida. Heme aquí: más de un mes sin escribir en este blog, y un año exacto sin colgar una poesía... Sin embargo, nunca es tarde si la dicha es buena, no hay mal que por bien no venga, más vale tarde que nunca, y muchas cosas más... No sé cuál será el futuro de este espacio web, si lo abandonaré por otro más serio o de temática distinta, o si seguiré con esta existencia agónica y de escritura mensual. Sea lo que sea, disfrutad: 

RIMA XXI
La vida es un volver.
Volver a casa, volver al mundo,
volver a verla, volver a amarle.
Siempre volvemos,
retornamos al calor que
un día, sin saber por qué,
abandonamos.

En el entretanto
descubrimos, angustiados,
que lo que perdimos
superaba a lo demás,
y por eso volvemos.

Volvemos a las sonrisas,
a las gotas de lluvia,
a las horas de silencio
lleno de palabras
dichas con miradas.
Volvemos a las noches hermosas,
a los besos puros
de mujeres bellas,
al amor.
A la paz, a lo eterno
en lo caduco manifiesto,
a la risa, a la calma,
a la realidad.

Volvemos a la poesía.

jueves, 8 de mayo de 2014

Antropología subversiva.

       

  El hombre es un animal racional. El hombre es un animal político, capaz de organizarse en sociedad pacíficamente. El hombre es un animal capaz de sentir. El hombre es un animal capaz de odiar, de reír y de llorar. El hombre es un animal capaz de conocer a Dios. El hombre es un animal capaz de amar, de anteponer los intereses ajenos a los propios. El hombre es un animal con voluntad, capaz de resistir a sus instintos. El hombre es un animal con libertad. El hombre es un animal capaz de la técnica, de ingeniar, de construir. El hombre es un animal capaz de admirar la belleza, de crearla, y de destruirla. El hombre es un animal capaz de conocer, de captar la esencia de algo ajeno a él. El hombre es un animal capaz de llegar a la verdad. El hombre es un animal capaz de entenderse con los otros hombres. El hombre es un animal capaz de distinguir lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo.

  El hombre no es un animal en absoluto.

lunes, 5 de mayo de 2014

Elogio y crítica de la vida universitaria.


          Desde la perspectiva que da la experiencia, me veo capaz de dar mi opinión sobre estos meses de contacto con la Universidad.

          La Universidad, como todos los centros de reunión de personas, más que un lugar es un ambiente. Un ambiente que se crea con el diálogo, las imágenes, los sucesos cotidianos y extraordinarios, la rutina: las personas y sus creaciones.

          Comenzando por los elogios, en la Universidad he encontrado mucho de lo primero, diálogo. He encontrado ganas de entenderse unos y otros, ganas de debatir, de razonar. Sí, quizá la clave sea esa: ganas de razonar lo que se piensa. Fruto de ello, he encontrado una maravillosa disyuntiva: o razonas lo que piensas o eres arrastrado por quienes sí razonan. Además, he encontrado entre los universitarios ganas de trabajar bien, y a personas realmente brillantes intelectual y académicamente, con miras bastante altas si miramos la media española. He visto una generación que no quiere ser peor que la de sus padres, que quiere darle la vuelta a los males de la sociedad, he visto juventud idealista, y ese adjetivo es connatural al sustantivo con que lo acompaño. También he visto carácter para ir a contracorriente, y para denunciar las injusticias sociales, y reivindicar las realidades como son, y no como a veces se percibe acríticamente que son.

          Sin embargo, y comenzando con las críticas, en ese diálogo razonado de que hablaba anteriormente he echado mucho en falta algo que es su complemento esencial: el amor a la verdad. El ambiente universitario que he encontrado yo no cree en la verdad, sino en tener razón. Probar por todos los medios que lo que uno sostiene es más cierto que lo que defiende el contrario. Vencer en un debate, no en el Debate con mayúsculas, que es la llegada a una verdad sobre aquello de lo que se habla. Además, se parte desde bases ya prefijadas, desde prejuicios que hacen el diálogo absurdo, se es sectario, se excluye -aún inconscientemente- a quien no acepta ciertas opiniones hoy mayoritarias, no se les escucha. Ese pretendido diálogo es estéril, fruto de una falta de honradez y de humildad intelectual. También he echado en falta, pese a ese idealismo  social, una personalidad que permita a los jóvenes no seguir en masa las costumbres de diversión establecidas, como cumbre de la felicidad. Los universitarios dicen no seguir al rebaño, pero están metidos hasta el fondo del mismo, y eso se observa, más que en opiniones políticas, en la búsqueda de la felicidad, que es el fin de toda existencia, y que, pese a ser lo más característico a todo ser humano, se relativiza, diciendo que cada uno puede encontrarla donde quiera. Es sin embargo opinión muy extendida que en el trabajo no se encuentra, y sí en el alcohol y la música de discoteca. Los fines de semana parecen ser la fuente de la eterna juventud moderna: así pues, ¿qué sentido tiene el trabajo, la carrera universitaria, si su fin es el trabajo?

          Elogio y crítica, pues, que espero ayude a construir un verdadero ambiente universitario, en el cual la verdad es la meta, y el respeto y la escucha los medios.

sábado, 12 de abril de 2014

Volver a la poesía.


Solía escribir poesía. No lo tengo descartado, por supuesto: sé que algún día volveré al reino de la Belleza con mayúsculas. Espero que sea pronto, y por eso escribo estas líneas, para animarme, para recordarme lo importante que es, al menos para mí, cultivar este arte. He aquí mis razones.
Hace poco oí de un sabio (estoy conociendo muchos este año) que los poetas tienen más facilidad para percibir lo escondido de las cosas, para hacer más translúcido el velo opaco que separa lo divino de lo humano, para separar lo esencial de lo accidental, lo primario de lo secundario, lo importante de lo inverosímil, lo perenne de lo pasajero. Todos los poetas tienen algo de filósofos, y todos los filósofos algo de poetas.
El mundo occidental, en el que vivo, en el que se desarrolla la existencia de la civilización postmoderna, está al borde del abismo. El ser humano, cada vez es más ser, y menos humano. Se malentiende el amor, se adora al dinero, al propio cuerpo o al éxito: se pone al yo por encima de todo. La técnica, que ha traído el progreso sanitario y social, se ha convertido en el valor profesional supremo, desplazando a las artes humanas. El bien y el mal se cuentan en cuanto beneficio personal, y, en los Estados del Bienestar, enormes injusticias minan los cimientos de una sociedad que quiere ser tranquila, pero que nunca lo está, porque siempre teme que esa tranquilidad le sea arrebatada: sólo se preocupa de sí misma. En el pensamiento, el irracionalismo triunfa. El mundo es caos; del caos venimos, al caos vamos; el azar nos creó, el azar nos destruirá: nada ordena a nada ni a nadie. Ante esta panorama desolador, sigue valiendo la expresión de Dostoievsky: pulchritudo mundum servavit! La belleza salvará al mundo. Dicho en otras palabras, la poesía salvará al mundo. Sólo la vuelta a lo que siempre ha sido bello, al arte, conseguirá que el ser humano no se ahogue en su egoísmo
Y, por eso, vuelvo a la poesía.

viernes, 7 de marzo de 2014

De efficientia.


          Últimamente, hay un término que me resulta especialmente doloroso a los oídos. Será porque soy de letras, será porque estoy decidido a acabar con la manía de ver en todo utilidades o inutilidades para el placer personal, será porque odio la asignatura en la cual se menciona cada dos por tres... Sea por lo que sea, le he cogido cierta tirria a la palabra eficiencia. Y es que están empeñados en conseguirlo, no quieren sino que lo midamos todo en términos económicos, todo en relación a lo que nos va a aportar a primera vista. Y sea ese 'todo', un plan, una idea, un objeto, un animal, un proyecto, una persona...
          En ese último grupo de seres radica el problema. Realmente, no parece que sea perjudicial valorar las cosas, los animales, etc., por lo que de satisfactorio nos pueda aportar. Pero, ¿las personas? La eficiencia se basa en conseguir más con menos. Si lo aplicamos a las personas, ¿en qué basamos, por ejemplo nuestras relaciones humanas? ¿en lo que nos agrada de ellas? ¿en dar lo mínimo para poder recibir lo máximo? Si fundamentamos la amistad, o cualquier otro tipo de amor humano, en lo que de ella nos agrade, esa amistad jamás será completa, porque jamás amarás todo lo que hay en una persona, siempre habrá cosas que no te gusten. En cuanto a la eficiencia, -¿cómo sería? ¿amistativa?- parece obvio que ningún tipo de amor prospera con la entrega por parte de los interesados de lo mínimo posible, esperando recibir lo máximo. Ser amigo de alguien se basa en dar lo máximo, sin esperar recibir nada a cambio. Porque lo contrario es egoísmo, y nada más contrario a la amistad, al amor y a la felicidad que esa lacra social que es el egoísmo, -formulado desde las ciencias sociales de manera más correcta como 'individualismo'- al que nos somete la sublimación de la maldita eficiencia, para la cual la vida ajena sólo importa en la medida en que me reporta beneficio.
          Después, sin embargo, nos quejaremos de que vivimos en una sociedad egoísta, cerrada en sí misma, que solo piensa en su propio bienestar, mientras la mitad del mundo se muere de hambre.
          Somos nosotros quienes construimos la sociedad, con las ideas que abocamos en ella.

viernes, 21 de febrero de 2014

Cosas que no valen la pena (II).

       
          Me adentro de nuevo en el campo de lo ordinario para mostraros más cosas que parece necesario evitar a toda costa. Esta segunda cosa es, simplemente, enfadarse con el mundo.
          Acaece con relativa frecuencia, en este mundo tan plural, que una serie de opiniones resultan vedadas contra las de la mayoría. Esta mayoría excluye por sistema, casi inconscientemente, a quien piensa de tal manera. Dejo para otro momento la reflexión sobre la libertad, tema de sumo interés, que me gustaría tratar en un momento de menor espesor. Volviendo al tema, la reacción lógica de las personas que opinan de la manera 'prohibida', es la de adoptar una actitud de desprecio contra las que piensan de la otra manera. Es la actitud clásica del adolescente contra el mundo, pero en personas maduras, un proceso inteligente, en vez de una salida de orgullo hormonal. 
          La experiencia me ha enseñado (aunque solo tengo dieciocho años) que, ciertamente, no vale la pena enfadarse contra el mundo. Porque con un enfado no van a cambiar de punto de vista. Posiblemente se alejen más de ti, les des más motivos para excluirte, se haga más complicada la convivencia... Surge tensión. Y, como vimos en la primera edición de esta serie de entradas, ponerse tenso no vale la pena
          Me remito, además, a la entrada que escribí la semana pasada, para recordar que las sonrisas acercan más a las personas que las palabras duras y hostiles. Vale la pena, por tanto, sonreír a quien sepas que piensa diferente que tú, y no excluirle, aunque él te haya excluido a ti. Sin más.

viernes, 14 de febrero de 2014

Benigno Blanco: razonar con una sonrisa.

           

             Hace unas cuantas entradas (he escrito pocas en este curso, pero ya me excusé por ello), hablaba de las conferencias en las que uno realmente disfruta con la persona que habla, que suele ser cuando esta persona tiene conocimiento de la materia de la que habla. Pues bien, estuve el otro día en una de ellas, con el personaje de la foto: un intelectual.
              Benigno me hizo descubrir, ciertamente, que no todo está perdido en esta sociedad escéptica en la que estamos metidos sin remedio. Puede sonar un poco pesimista, pero es que ciertamente estoy viviendo de primera mano la crudeza del relativismo moral en el ámbito social y académico. Y he aquí que, en medio de la tormenta, vi un referente claro, un punto al que aferrarme, una persona con las ideas claras y reflexionadas, que no hablaba por hablar, que no pretendía solucionar ni zanjar un asunto con dos afirmaciones rotundas y cuatro ejemplos que demuestran que 'esto es así'.
               Esta sociedad necesita gente como él. La clave para llevar a las personas hacia el bien es conocer qué es el bien, qué es lo bueno; qué es el mal, qué es lo malo. Afirmar esto en pleno siglo XXI es posicionarse radicalmente en contra de la realidad social, de la opinión generalizada, de la verdad asumida acríticamente quizá por muchos. Y eso es lo que hizo, con una sonrisa, Benigno Blanco. "El mundo se divide", -dijo más o menos (recuerdo de memoria)- "entre las personas que creen que el mundo es razonable, y las personas que creen que el mundo no tiene sentido. Yo me incluyo en el primer grupo[...]. La razón nos dice qué es el bien, y qué es el mal. Yo observo la vida, y veo que es una realidad maravillosa, y por ello veo que es bueno que haya vida. De ahí extraigo que todos tienen derecho a la vida, y que acabar con esa vida es malo; observo a la gente expresarse, siendo esto una realidad palmaria y estupenda, y por eso defiendo el derecho a la libertad de expresión. Y así con todo."
                Con estas líneas, con este breve resumen de lo que me ha aportado este hombre no pretendo sino expresar mi satisfacción al comprobar que, ciertamente, no es imposible, ni tan siquiera reservado a unos pocos, defender los valores preexistentes en la naturaleza humana, razonar que existen y existirán el bien y el mal. Porque eso es lo que hizo, con una sonrisa, Benigno Blanco.

martes, 28 de enero de 2014

Viejos amigos.

Verano de 2008. Unos días en casa de un amigo. Un ping-pong, una minicadena con uno o dos discos, y mucho tiempo libre. Así entró la música en mi vida. Sin más. Es un recuerdo que guardo claro en mi memoria, no sé por qué. Sólo sé que ese verano, de la mano del bueno de Bob Marley, entré en el maravilloso mundo del rock. Dejé los gustos pueriles, heredados de lo que escuchaban mis familiares más cercanos, que era lo único que entraba por mis oídos hasta entonces, y comencé un viaje que me llevó, y me sigue llevando, a estilos, voces, instrumentos, figuras. Pasé en poco tiempo por los más grandes, hasta acabar en el más sublime. Robert Johnson, Neil Young, Dire Straits, los Beatles... Fueron las voces y guitarras que, entre otros de menor envergadura, me prepararon el camino de llegada al destino final, que no es otro que Bob Dylan. El bardo de Minnessota, el profeta del 'folk', el músico eléctrico, el Judas de los sesenta, el polifacético hombre de la voz cambiante y del ingenio inagotable, el poeta... Se me acaban los adjetivos. Y quién sabe si Bob querrá conducirme hacia otros descubrimientos, si deseará conducirme, como a él le guiaba el señor del tambor por las arenas del 'carpe diem' dylaniano, hacia nuevos mediterráneos. Son bienvenidos. Serán añadidos a estos, mis viejos amigos, ¿no queréis conocerlos?

miércoles, 15 de enero de 2014

De necessitatibus.


Me encontraba yo en una tienda grande de cierta empresa de deporte multinacional. 4 de enero. Os imagináis el panorama. Un millón de padres (o, mejor dicho, madres) buscando regalos para un millón de niños, buscando contentar sus necesidades, y, en algún caso, comprar su cariño, su obediencia, su buen comportamiento. Mientras tanto, como diría el hombre del año, los excluídos esperan. 
El Papa Francisco, de quien no había hablado todavía, carga, en su último libro, contra el sistema económico mundial. Un apunte: es ciertamente curioso que, tratándose este libro, en alguna de sus partes, de un ataque frontal al capitalismo, no haya sido más mencionado en los medios. En fin, lo que yo quería decir es que, mientras cientos de miles de chavales iban a tener, el seis por la mañana, sus regalos bajo el árbol de Navidad, en la misma ciudad cientos no iban a ser ni mucho menos tan afortunados. Y, me pregunto: ¿hasta qué punto estamos hablando de necesidades? ¿son realmente estas necesidades, como enseña y afirman los economistas, ilimitadas? ¿Hasta qué punto nos estamos tirando piedras sobre la cabeza, creando necesidades innecesarias desde la primera infancia? Cuando lleguen a la edad madura, ¿serán capaces de compadecerse de las miserias de quienes no tienen nada, o pensarán que es tarea ajena, y seguirán centrados en cubrir sus necesidades? No respondo en futuro, sino en presente: no, no son de hecho capaces de compadecerse de ellos, no lo somos. El Estado del Bienestar nos anestesia, nos fija en nuestras 'necesidades', y los dramas ajenos resbalan desde el televisor. Y una sociedad injusta terminará por explotar.
Yo no tengo soluciones seguras y concretas, pero se me ocurre que quizá tenemos cientos de cosas superfluas, que no necesitamos, y podemos dar a otros (no hablo de casas y coches, sino de cosas menos importantes), o quizá podemos dar nuestro tiempo para trabajar en pro de un sistema más justo. Lo que está claro es que no puede seguir así, no podemos seguir pactando con esta globalización de la indiferencia. Mientras escribo esto, y tú lo lees, los excluídos siguen esperando.
Con nada más que decirle al mundo.

Excusas.

Estamos en horas bajas. ¿Qué queréis que os diga? ¿Que ahora sí, que voy a intentarlo, que voy a volver a escribir como antes, en calidad y en cantidad? Pues no os lo digo, queridos lectores, porque no sé si es la verdad. Escribo menos porque hay una serie de prioridades por delante. ¿Y si me organizara mejor? Sí, puede que esa sea la clave. Si hay alguien al otro lado de este ordenador, que tenga paciencia, y que asuma que escribiré cuando pueda, que no sé cuándo será. Calma.
Si ya escribí poco en segundo de Bachiller, era de suponer que en primero de carrera escribiría menos. Y eso está ocurriendo. Pero bueno, por ahora este blog sigue vivo, mientras yo siga escribiendo. Quiero hablar también sobre otro asunto, y como no tiene nada que ver con esto que estoy diciendo ahora, voy a escribir una entrada diferente. Hasta ahora.

El mejor poema del siglo

Terminé hace poco "Antología de la nueva poesía española" de José Luis Cano. Es una recopilación de poemas de autores del si...