viernes, 22 de noviembre de 2013

Santiago Apóstol.


Barrio del Cabanyal, calle de Escalante. A menos de un kilómetro, más de 50000 estudiantes universitarios desconocen su existencia, creyendo quizá que los niños que están en su situación se encuentran al otro lado del mar. Una paralela a Escalante, la calle del Progreso, se ríe de ellos, mientras mira hacia otro lado, hacia el lado de la playa, donde en verano cientos de miles de personas disfrutan de 'su' Estado del Bienestar.

Todas las semanas voy con un amigo a este colegio diocesano situado en el Cabanyal, para 'ayudar' en lo que haga falta. De no ser porque en la puerta se indica con una placa lo que es, la primera vez que fuimos habríamos tardado horas en dar con él. La fachada no se interrumpe para dar lugar al acostumbrado edificio o edificios escolares independientes. Es un portal más de la calle. El colegio, de unos 250 alumnos, no tiene patio exterior. En su lugar, un espacio interior de 30 metros de largo por 7 de ancho en el piso de abajo (el piso de arriba aún no lo he investigado) sirve como lugar de juegos. De los 250 alumnos, un alto porcentaje es de etnia gitana, y todos son de clase baja. Los institutos públicos, cuando llegaron al barrio, los rechazaron. Demasiado trabajo para ellos: ducharles, darles de desayunar, lavarles la ropa, conseguir que los familiares dejasen los negocios ilegales, y que las niñas no fueran casadas a edades próximas a los 15 años... Demasiado para el Estado, la caridad tuvo que hacer justicia.
La escasez de medios es patente, y la pobreza de los niños también.Y las sonrisas de todos ellos también. Tan patente que a quien no sonríe se lo recriminan: no tienen derecho a no hacerlo Y la alegría de los profesores, que quién sabe cuándo, cómo y cuánto cobran, también es patente. El primer día,  no salgo de mi asombro al comprobar cómo, con un palo y una caja hueca de madera, una de las profesoras es capaz de hacer felices a veinte niños de cuatro y cinco años, que vivirán en la pobreza material, pero son más felices que sus homólogos que, en la misma ciudad, tienen (tuvimos) agua corriente en casa, libros para el cole, zapatos, mochila, y cuadernos nuevos cada inicio de curso. Son una lección viviente a este mundo desarrollado, lleno de cosas y vacío de felicidad.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Intelectuales...


De vez en cuando sucede que, por una casualidad, un golpe de suerte, una obligación, un interés repentino, o cualquier otra situación, estás en una conferencia. Hay dos tipos de conferencias incluso me atrevería a aventurar tres.
El primer tipo se podría definir hablando de una disertación soporífera y monótona que duerme hasta las butacas, y en la cual se aguanta por caridad. El tercer tipo que he osado introducir es aquel que dice cosas, pero no sabe transmitirlas del todo bien, y se queda en un discursillo mediocre. El otro tipo, sin embargo, es aquel en el cual la persona que habla sabe. En este último caso, no importa tanto el tema de que se hable como el conferenciante. Si alguien sabe, aunque el tema no diga mucho, la cosa marcha. Pues bien, toda esta teórica y aburrida introducción para decir que estuve el otro día en una conferencia del tercer tipo. La verdad es que fue apasionante. No es corriente escuchar a personas sabias, pero, lo aseguro, sigue habiéndolas. Personas para las cuales la verdad es más importante que la ideología, y la mentira más despreciable que las alcaparras (con perdón para todo aquel a quien le guste este odioso elemento de la naturaleza).
Ojalá el día de mañana este escritor y todos sus lectores sean personas de este tipo: sin prejuicios ni complejos, independientes, valientes, libres, auténticos, y, sobre todo, sabios. Todo esto en el campo intelectual, claro.
En fin, un placer volver a estar con ustedes, ¡feliz verdad!

El mejor poema del siglo

Terminé hace poco "Antología de la nueva poesía española" de José Luis Cano. Es una recopilación de poemas de autores del si...