viernes, 6 de noviembre de 2015

The walking paradox (I).


Una de las paradojas más ordinarias, más cotidianas, y, si se quiere, más discutibles, la encontramos, sobre todo en verano, al salir a la calle. Podría enunciarse así: "lo mejor que tiene el sol, es la sombra que produce". Pocas cosas hay mejores que sentarse, un día de sol, a la sombra de un árbol a leer, escribir, tocar la guitarra, o disfrutar de una tertulia con familiares o amigos. Esto ocurre, a otra escala, también en el campo de las ideas. Las figuras más interesantes, más sugerentes, más heroicas, y en ocasiones las más destructivas, son aquellas que se oponen, en su época, a las ideas que su época enarbola como bandera. La Atenas sofista nos regaló a Sócrates, padre de Occidente; el cartesianismo del siglo XVII nos trajo, como un rayo, a Pascal, que pensaba con el corazón; y, en medio del siglo XX, en un Estados Unidos marcado y herido por la segregación racial, brilla la estela de Martin Luther King, clamando por la libertad. Algo similar ocurre con el autor del que quiero hablar, Gilbert Keith Chesterton. Él es el grano en el culo de la Modernidad.
Este verano he tenido la gran suerte de leer decenas de artículos suyos, agrupados en un libro de ensayos, y he disfrutado enormemente. Chesterton es un autor diferente, alternativo. Sí, quizá esa es su palabra: alternativo. Ante sus obras nos encontramos una mente que parece tan abierta como la de un estudiante universitario, tan preocupada por la sociedad como la de una madre de familia, tan grave como la de un obispo, tan irónica como la de un humorista. Parece que Chesterton siempre te entiende, que piensa como tú. Si Chesterton hubiera sido transportado por una máquina del tiempo de 1915 a 2015, y hubiera sido ubicado en el Paseo de la Castellana, habría mirado a su alrededor un par de veces, habría encendido un puro, y se habría puesto a caminar por las calles, reflexionando sobre lo que veía, sin inmutarse lo más mínimo. Y sus conclusiones, ciertamente, tampoco habrían sido muy distintas de las que sacó en su época: la sociedad de hoy ya tenía entonces puestas sus bases.
Las tres cosas que yo destacaría de Chesterton, después de dedicarme a él con bastante amplitud, son: su dominio de la paradoja, su ironía y su descubrimiento, bajo las realidades más normales, de un mundo de fantasía y de significados encerrados, que conforman una realidad paralela, hermosa, e, incluso, más real que la que vemos cada día.
Chesterton era la paradoja andante, y leyéndole, uno se convence definitivamente de que la realidad, es, ciertamente, paradójica. Una paradoja es una afirmación que, en primer término, debería ser contradictoria, pero que, si se profundiza en ella, se llega a la conclusión de que es más verdadera que cualquier otra afirmación sobre esa misma realidad. Frases tan sugerentes como "supongo que antes o después se suplirá esta carencia, en un sistema comercial que da respuestas inmediatas a cualquier demanda, y en el que todo el mundo parece estar insatisfecho y ser incapaz de conseguir nada de lo que quiere"; "esperaban, sí, pero podría decirse que esperaban el ayer", o "los americanos no tienen nada malo, salvo sus ideales", le coronan como eso, la paradoja andante. Chesterton es eso y mucho más. Es un autor al que hay que volver constantemente, que siempre tiene algo que decir sobre todo. Es un hombre apasionado, un enamorado. Eso, un hombre que supo contemplar lo que tenía delante, enamorarse de lo bueno, reírse de lo malo y de sí mismo, y reconstruirlo todo a partir de lo bueno.


lunes, 7 de septiembre de 2015

Dostoyevski, el psicólogo.


Este verano he leído, por primera vez, una obra de literatura rusa. La afortunada ha sido "El idiota", de Dostoyevski. Lo que me propongo aquí es dar una idea general de la obra y de su autor, basándome sólo en lo que he leído. 

Lo que más llama la atención en libro es el retrato psicológico de los personajes. En la obra se reflejan personalidades de lo más diverso, y ninguna enteramente atractiva, ni siquiera la del protagonista, el príncipe Mischkin. Éste es un joven infinitamente honrado, bienpensado y sencillo, que choca con la realidad artificial, protocolaria y falsa de la burguesía rusa. En esa realidad, al contrario que en la del príncipe, no se sabe a ciencia cierta si lo que dice alguien es lo que piensa, o si se puede o se debe confiar en los amigos. Dostoyevski, al parecer, contrapone esas dos actitudes vitales: o la hipocresía o la ingenuidad. Al mismo tiempo, contrapone los hechos que ocurren con la idea que los personajes se forman de ellos (el "aparecer" de la realidad, y su "parecer" en la mente de los individuos). Multitud de páginas de "El idiota" son pensamientos de sus personajes, o conversaciones que delatan esos pensamientos. 
Entre esas conversaciones son de un valor precioso las que reflejan el alma y el corazón de Dostoyevski, que quizá sea también el alma rusa. Entre otras, destacan algunas sobre Dios, el cristianismo, la pena de muerte, y una dura condena del catolicismo romano. Y la frase, cien veces repetida en la historia, y que aparece de manera indirecta en los labios de Mischkin varias veces en el libro, de que "la belleza salvará al mundo".
La personalidad del príncipe, el protagonista, es atractiva desde el primer momento: se trata de alguien inteligente, honrado, filosófico... En las primeras páginas se espera constantemente que vuelva a aparecer, para terminar de captar cómo es. En paralelo a él, se encuentran otras dos personalidades: Nastasia Filippovna e Ippolit. La primera es un rostro hermoso, que esconde un alma atormentada, pero que, en el fondo, es preciosa como la del protagonista. Se oculta entre los pliegues de la sociedad corrupta y bienoliente, y se burla de ella en la cara. Esta doble realidad yaciente en una misma persona la hace un personaje algo peculiar e incluso desequilibrado, pero colosal. La segunda personalidad paralela al príncipe es Ippolit, un joven tuberculoso, siempre en trance de morir, desengañado y profundamente crítico con la sociedad. Los tres (el príncipe, la mujer y el enfermo) se oponen frontalmente al resto de personajes -con alguna excepción-, que son con frecuencia mentirosos, desconfiados y crueles. Esta es la contraposición que presenta Dostoyevski: hipocresía o desengaño, crítico o ingenuo. Fariseísmo u honestidad brutal. Falsedad o sinceridad. Sinceramente, al final del libro uno se decidiría por lo segundo, pero no con el ánimo muy alto.

sábado, 8 de agosto de 2015

La mirada de Clotilde.

Tuve la suerte, hace unos días, de visitar el museo instalado en la casa madrileña de Joaquín Sorolla, dedicado al pintor valenciano. Lo que vi allí me dejó lleno de luz. Y no es para menos. La pintura de Sorolla encierra en cada lienzo el color y la luz del amor a la vida. De hecho, esto es precisa y exactamente lo que busca encerrar, y lo que encierra.


Todo el Museo Sorolla -y quien ha estado ahí lo sabe- podría resumirse en unos ojos, en un rostro, en una persona, un amor. Su nombre era Clotilde. Sencillamente, sin Clotilde no existe Joaquín Sorolla. Y, sin Sorolla, no hay luz en España, y hay un poco menos de luz en el mundo. Decía Platón -y tenía razón- que el ser divino tiembla en los ojos del ser amado. También se ha dicho muchas veces que los artistas son aquellos que saben hacer más translúcido el velo que separa a los hombres de Dios, y eso es lo que plasman en sus obras. Cuando se tiene un amor, se tiene un universo. En cierta medida, se tiene un dios, o a Dios, según los gustos (este blog no es un blog de teología). Esto es lo que explica toda la pintura, y toda la vida de Sorolla. En el cuadro que preside estas líneas se advierte paradigmáticamente. Las flores, llenas de color y de vida, de esa luz que es el objeto de la sempiterna búsqueda del genio que es Sorolla, son equivalentes a su esposa. Y todo lo que pintaba Sorolla era color, luz y vida. Todo lo que pintaba Sorolla era su amor, y no pintaba nada fuera de ello, de ella. Su amada, como el ser divino, estaba escondida en esos niños disfrutando en la playa, en esa niña saltando a la comba, en ese paseo frente al mar, en esas barcas valencianas. Lo más excelso en lo más cotidiano. Como el amor.
Sorolla, un hombre enamorado, un pintor que vale la pena descubrir. Una mirada, un rostro, un nombre. Clotilde.


jueves, 28 de mayo de 2015

Nelson Mandela, o las dificultades en la verdad periodística.


He leído recientemente una biografía de Nelson Mandela. La verdad es que me picaba la curiosidad. Desde pequeño había escuchado su nombre, y siempre con palabras elogiosas, pero nunca supe realmente qué diantres había hecho aquel sonriente hombre negro y sonriente por el mundo. El hecho de que sea negro no debería aportar nada a la descripción sobre él, pero la realidad es que, en su historia, sí importa, y mucho.
En la biografía que he leído -"El factor humano" de John Carlin- se vislumbra la personalidad y el genio de Mandela. Era, y eso no cabe dudarlo, un gran hombre. Y su mayor obra, tampoco creo que quepa dudarlo, es el perdón. Perdonar no es nada fácil, y menos cuando se tiene motivos más que fundados para no perdonar. Mandela fue capaz de perdonar a quien, ciertamente, y mirando según lo humano, nunca nadie habría perdonado estando en su sano juicio. Perdonó a muchos asesinos, y a los que habían convertido su vida y la de los negros de su país -salvo curiosas excepciones- en un auténtico infierno. Y eso es heroico.
Sin embargo, debo decir -y por eso el segundo título de esta entrada- que, junto a ello, no es justo resaltar la figura de un hombre grande como si sólo hubiera hecho heroicidades, como si todo fuera luz, y no hubiera sombras en su vida. En este libro se olvidan -simplemente se mencionan- los años , en los que Nelson fue un terrorista, y en los que cometió atentados por su propia mano. El libro está escrito por un periodista, y la verdad periodística es frecuentemente injusta, tanto con los que aparecen como genios como con los que aparecen como malditos. Esto es así, porque los periodistas tienen, por obligación, que resumir la realidad. Y, al resumirla, de vez en cuando mutilan la verdad, queriendo o sin querer. A veces, quienes son inocentes aparecen bajo serias sombras de sospecha, y quienes son grandes hombres aparecen como héroes. Supongo que tendremos que vivir con ello. Vale, mientras seamos conscientes.

sábado, 16 de mayo de 2015

The King is Gone.


"The thrill is gone, baby. The thrill is gone away from me". Esto cantaba B.B. King, allá por los años setenta. Este fue el tema que lo llevó a la escena mundial, y el buque insignia del blues del siglo XX. El otro día fue él, el rey, el que se marchó. Se marchó buscando esa emoción que se le fue por aquel entonces. Espero que la haya encontrado.
Decía Nelson Mandela que la democracia es aquel sistema político en el cual el hijo de un granjero puede llegar a ser presidente. B.B. King -siendo hijo de un granjero-, llegó a ser más que presidente. Llegó a ser rey. Rey de todo un género músical, que esta semana llora la pérdida, que lo deja huérfano, de quien se lo dio todo, con su voz inconfundible, su estilo del delta, y su sonrisa sempiterna. Él ha sido uno de los mayores guitarristas de la historia del rock. Desde luego, el mejor dentro del blues, y uno de los privilegiados que puede entrar en ese Olimpo de la guitarra, habitado por Jimi Hendrix, Mark Knopfler y Eric Clapton, entre otros.
B.B. King no sólo fue un gran músico. Yo diría que fue la representación perfecta de lo que es un bluesman. Un hombre itinerante -en todos los sentidos-, sin una patria territorial, y con un corazón enamorado de la belleza de vivir, aunque quizá desprovisto de una cabeza fría para amar con toda la vida. Eso sería pedir demasiado a alguien que sólo ha conocido la penuria de los campos de algodón, y, después, los aplausos debidos a un genio, el éxito y la euforia del blues.
No era un mal hombre. Sólo un bluesman, alguien que camina, un genio sin otra patria que su guitarra y el corazón de las personas, enamoradas del sonido, triste y alegre, tranquilo y eufórico, del blues.
Nos veremos, Riley, tú le pondrás banda sonora a la Eternidad. Descanse en paz.

martes, 24 de marzo de 2015

Begin again.


Soy un amante de la música. Y, para mí, eso significa una actitud de rechazo a lo que hoy se escucha. Odio toda la música que pueda calificarse como comercial, electrónica, fácil, estrambótica... Y por eso me ha gustado esta película.
El guion es sencillo. Una encantadora y desengañada Keira Knightley se encuentra con un productor de música (Mark Ruffalo) con una vida desarreglada y que, medio borracho, ve en ella una gran promesa, y se lanza a producir un disco con ella. La idea que subyace detrás de toda la grabación es el rechazo de "lo que se vende", para cantar "lo que es bueno".
No es que sea un rodaje espectacular ni aparatoso. De hecho, parece todo bastante sencillo. Sin embargo, alguna toma es realmente buena.
Y, lo que me parece más importante, las ideas de fondo, que se pueden resumir en el valor de la amistad y del amor, y la necesidad, para triunfar tanto en la vida como en la música, de ser tú mismo. En este sentido, es digna de ser enmarcada la conversación de Gretta con la hija de Dan, que, en poco tiempo y de manera desenfadada, es capaz de transmitirle seguridad, ilusión y una serie de valores que el padre era incapaz de contagiarle. Esta es quizá otra de las ideas interesantes de la película: la importancia en las relaciones humanas de la comprensión, de tener a alguien que escuche, y alguien que sepa estar ahí para animar. Al final de la historia, el perdedor es el egoísta, que hace la música más comercial, y se enamora del éxito. Los ganadores son los que aprenden a ser ellos mismos , para poder así ser amados -la hija de Dan, la propia Gretta-, y, también, los que saben pedir perdón, como Dan y su esposa.
En fin, una historia de amor y de vida, rodeada de un ambiente "indie" que le da a todo un toque alternativo. Es como una nota discordante en el universo en el que siempre vencen los fuertes y los individualistas, y en el que el respeto por la persona queda un poco al margen. En esta historia aparece francamente bien retratado, de una manera fresca y moderna.

martes, 27 de enero de 2015

Los pantalones "slim fit".


Me debo estar volviendo gilipollas. Hace varios meses que decidí dejar este blog, y, ahora, cuando resulta que ya lo tenía olvidado, y de rebote, va un amigo y me dice que le gusta, que está bien, y tal. -Pero... ¿y el otro, el que te recomendé?
-Bueno, ese también está bien... pero el de "nosequé" del mundo mola más.
¡Qué remedio! Y resulta que ahora, vuelvo a entrar en este desierto cibernético, y descubro, con gozo, que sí, que hay cosas bien escritas aquí, cosas hechas con ganas de cambiar el mundo. No otra cosa me impulsó a abrirlo hace ya más de cuatro años, y no otra cosa me impulsa a reanimar al difunto hoy mismo.
Otra cosa por la que me parece que sucede lo que afirmo en la primera línea, es mi aparente desconexión del mundo de las modas. La última vez que fui a comprarme pantalones -in illo tempore- me desesperé por completo. En toda la tienda, el 80% de los pantalones eran o "slim fit", o, mucho peor aún, "skinny fit". Horrible. ¿A quién se le ocurrió la idea? No sé, pero parece ser que alguno de los ideólogos de la moda decidió que los hombres deben llevar pantalones apretados, para que se les corte la circulación de las piernas, quizá por alguna confabulación metafísica, o quizá porque se le pasó en ese momento por la cabeza y lo escupió. Quizá tenga que ver con la ideología de género -las chicas también llevan pantalones apretados...-, o quizá sea una idea de un modista pirado al que todos miraron en plan "guau, es un genio" cuando dijo la consabida idea peregrina. Y, aquí viene -como dijo Pablo Iglesias en Barcelona-mi titular de hoy : ¡lo que está de moda no es lo mejor! Rotundamente no. Jamás será mejor llevar pantalones incómodos, simplemente porque todo el mundo los lleva. Es simplemente absurdo. Las modas coartan la libertad racional del ser humano, porque, ¿a qué hombre en su sano juicio se le ocurre vestir de manera que no pueda ir más incómodo? Sin embargo, si todos llevan pantalones que parecen una segunda piel, y que ahogan las pantorrillas cual ataque de asma, todos a llevar los dichosos pantaloncitos. Es, simplemente, absurdo.
Ya está, ya lo he dicho.
Queda inaugurado este pantano.

El mejor poema del siglo

Terminé hace poco "Antología de la nueva poesía española" de José Luis Cano. Es una recopilación de poemas de autores del si...