jueves, 28 de mayo de 2015

Nelson Mandela, o las dificultades en la verdad periodística.


He leído recientemente una biografía de Nelson Mandela. La verdad es que me picaba la curiosidad. Desde pequeño había escuchado su nombre, y siempre con palabras elogiosas, pero nunca supe realmente qué diantres había hecho aquel sonriente hombre negro y sonriente por el mundo. El hecho de que sea negro no debería aportar nada a la descripción sobre él, pero la realidad es que, en su historia, sí importa, y mucho.
En la biografía que he leído -"El factor humano" de John Carlin- se vislumbra la personalidad y el genio de Mandela. Era, y eso no cabe dudarlo, un gran hombre. Y su mayor obra, tampoco creo que quepa dudarlo, es el perdón. Perdonar no es nada fácil, y menos cuando se tiene motivos más que fundados para no perdonar. Mandela fue capaz de perdonar a quien, ciertamente, y mirando según lo humano, nunca nadie habría perdonado estando en su sano juicio. Perdonó a muchos asesinos, y a los que habían convertido su vida y la de los negros de su país -salvo curiosas excepciones- en un auténtico infierno. Y eso es heroico.
Sin embargo, debo decir -y por eso el segundo título de esta entrada- que, junto a ello, no es justo resaltar la figura de un hombre grande como si sólo hubiera hecho heroicidades, como si todo fuera luz, y no hubiera sombras en su vida. En este libro se olvidan -simplemente se mencionan- los años , en los que Nelson fue un terrorista, y en los que cometió atentados por su propia mano. El libro está escrito por un periodista, y la verdad periodística es frecuentemente injusta, tanto con los que aparecen como genios como con los que aparecen como malditos. Esto es así, porque los periodistas tienen, por obligación, que resumir la realidad. Y, al resumirla, de vez en cuando mutilan la verdad, queriendo o sin querer. A veces, quienes son inocentes aparecen bajo serias sombras de sospecha, y quienes son grandes hombres aparecen como héroes. Supongo que tendremos que vivir con ello. Vale, mientras seamos conscientes.

sábado, 16 de mayo de 2015

The King is Gone.


"The thrill is gone, baby. The thrill is gone away from me". Esto cantaba B.B. King, allá por los años setenta. Este fue el tema que lo llevó a la escena mundial, y el buque insignia del blues del siglo XX. El otro día fue él, el rey, el que se marchó. Se marchó buscando esa emoción que se le fue por aquel entonces. Espero que la haya encontrado.
Decía Nelson Mandela que la democracia es aquel sistema político en el cual el hijo de un granjero puede llegar a ser presidente. B.B. King -siendo hijo de un granjero-, llegó a ser más que presidente. Llegó a ser rey. Rey de todo un género músical, que esta semana llora la pérdida, que lo deja huérfano, de quien se lo dio todo, con su voz inconfundible, su estilo del delta, y su sonrisa sempiterna. Él ha sido uno de los mayores guitarristas de la historia del rock. Desde luego, el mejor dentro del blues, y uno de los privilegiados que puede entrar en ese Olimpo de la guitarra, habitado por Jimi Hendrix, Mark Knopfler y Eric Clapton, entre otros.
B.B. King no sólo fue un gran músico. Yo diría que fue la representación perfecta de lo que es un bluesman. Un hombre itinerante -en todos los sentidos-, sin una patria territorial, y con un corazón enamorado de la belleza de vivir, aunque quizá desprovisto de una cabeza fría para amar con toda la vida. Eso sería pedir demasiado a alguien que sólo ha conocido la penuria de los campos de algodón, y, después, los aplausos debidos a un genio, el éxito y la euforia del blues.
No era un mal hombre. Sólo un bluesman, alguien que camina, un genio sin otra patria que su guitarra y el corazón de las personas, enamoradas del sonido, triste y alegre, tranquilo y eufórico, del blues.
Nos veremos, Riley, tú le pondrás banda sonora a la Eternidad. Descanse en paz.

El mejor poema del siglo

Terminé hace poco "Antología de la nueva poesía española" de José Luis Cano. Es una recopilación de poemas de autores del si...