jueves, 22 de septiembre de 2016

Lo humano.


Dos de la tarde. Aún no es verano, pero a estas horas, por Valencia, siempre hace calor. Camino con tranquilidad: llego a casa con tiempo. Por mi cabeza van al trote pensamientos que ya no recuerdo: seguramente recuerdos del día u otras cosas. Pero no tengo los ojos cerrados, y veo cómo, después de una semana, el cartel electrónico –de esos que son varios anuncios que se van ocultando y cambiando por otros- sigue averiado. Paso por delante del anuncio, pensando en que habrá que escribir una entrada en el blog sobre esto. Pero la cuestión no acaba aquí. Al pasar el paso de zebra me cruzo con una madre que camina con su niño. Sólo alcanzo a escuchar una parte de la conversación, que podría ser así: “-Y, las estrellas… ¿por qué no se caen?”. Y la madre, puesta en apuros: “Porque están atadas a los planetas, cariño, y dan vueltas a ellos, como si fueran un yo-yo”. "Aaalaa...". Siguiendo el camino, unas señoras mayores cotilleaban sobre lo de siempre, sobre el vestido de Josefina, lo apañado que parecía el sobrino de Juana y lo mucho que tardaba el autobús. Al llegar a casa, dejé la mochila, y respiré aliviado: “hogar, dulce hogar”.

Y fue esa mañana cuando quedé convencido de que lo humano vencerá cualquier desafío. Quedé convencido de que hay cosas que no son mutables por las ideologías, ya sea el capitalismo comercial, que haría lógico que un cartel averiado se cambie cuanto antes, o la ideología de género, que hace a los niños o a las abuelas que esperan el autobús preocuparse por lo que no les importa, y dejar de preguntarse por lo realmente importante. Quedé persuadido de que lo humano es invencible, de que lo humano prevalecerá, de que los niños siempre harán preguntas, las madres siempre las responderán, las abuelas siempre hablarán alegremente sobre cosas sin importancia, y el hogar siempre será el lugar al que se vuelve, porque está lleno de historias, de preguntas siempre sin resolver y de amores sin condiciones. Por todas partes amores sin condiciones.

domingo, 24 de abril de 2016

Homage to Cervantes.




"Woody Guthrie, te escribí una canción". Así cantaba el primer Dylan a su ídolo del folk. Y algo parecido quería yo escribirle a nuestro querido Miguel. Una canción sobre este mundo nuestro, que, como también cantaba la leyenda del rock, "looks like it's dying, and it's hardly been born". Un mundo que necesita del espíritu del Quijote, que es el espíritu de Cervantes. Y ese es un espíritu de épica, de locura, de humor y de sensatez. Es un espíritu de aventura, de hacer cosas grandes y reírse de ellas, porque lo que importa no es lo que se hace, sino lo que se busca. Miguel, quería escribirte una canción que ensalzara tu vida. Una vida con batallas, con prisiones, con peleas y con Dulcineas del Toboso. Una vida con caminos, libros y diálogos sin fin. Una vida errante a veces pero idealista siempre. Una vida con lo puesto, y a veces también sin ello. 
La vida de las grandes personas es una vida apasionante, en el más puro sentido de la palabra, una vida que tiene dentro el afán por lo eterno, la búsqueda constante de lo infinito y que, por eso, apasiona a quien la contempla o a quien simplemente llega a vislumbrarla de lejos. Una vida que se disfruta hasta el último instante. Y la vida de Cervantes debió ser, como el Quijote, un clásico. La mayor peculiaridad de los clásicos es que nunca pasan de moda. Siglos después de ser escritos, esculpidos o filmados siguen haciendo a este curioso tipo de vida que somos los seres nacidos de vientre de mujer llorar, reír, sufrir y vibrar de la misma forma que hicieron llorar, reír, sufrir y vibrar a quienes los leyeron el día de su estreno. La vida de Cervantes fue un clásico, porque fue la vida de un apasionado, la vida de quien busca sin cansarse, la vida de quien quiere meterse el mar en la boca y de quien ve los ojos de Dios brillar en los ojos del ser amado, la vida de quien sabe que lo humano es tan gigante y extraño que no cabe en cientos de libros, por muy largos que sean. Es la vida de quien sabe que la vida del hombre sobre la tierra es una batalla, una broma, un juego, un viaje y una locura, y que para vivirla es necesario convertirse en un caballero andante que ve en todo un reto, una pasión, un amor y una misión épica. Así fue la vida de ese famoso desconocido que es don Miguel de Cervantes, del soldado, el caminante, el fugitivo, el funcionario resignado y el hombre de letras. La vida del mayor hombre de letras de la cultura española.

Feliz centenario, Miguel, nos vemos pronto entre tus páginas.


lunes, 1 de febrero de 2016

Mankell contra Salinas.



Desde hace unos cuantos años, le tengo verdadera devoción literaria a Henning Mankell. En las páginas de sus novelas se entremezcla la tensión, llevada maravillosamente a lo largo de cientos de páginas, la reflexión existencial y la crítica social. Cuando me enteré de que padecía cáncer, y de que estaba escribiendo su propia muerte -eso entendí yo al principio-, me dio a la vez una cierta pena y expectación por conocer el resultado, por saber cómo una pluma como la suya, no la de un filósofo, pero sí la de un escritor vivencial, narraba lo que sería su propia muerte. Más adelante, cuando vi el libro en una librería, vi claro que tenía que leerlo. Supe que el libro no iba sobre la muerte de Mankell,  sino más bien sobre su vida. Pero he ahí la cuestión: la actitud ante la muerte es la actitud ante la vida.

Lo más interesante de esta autobiografía no es la forma, sino el fondo, o, mejor aún, la persona que se esconde tras el fondo. Pocos expresaron tan bien la búsqueda de la identidad de la persona como Pedro Salinas, cuando escribió:

Lo que eres
me distrae de lo que dices.
Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

No hay, en una biografía, y quizá menos en esta, una búsqueda tan importante. Es necesario pasar por encima de lo meramente explicado, de lo que "aparece" del autor, quitarle -como también dice Salinas- "los trajes, las señas, los retratos" , quedarse con él, con el puro pronombre, y adentrarse en su forma de ver la vida, en su mentalidad. Cuando uno hace esto con el "Tolkien" de la novela negra, advierte, ante todo, un aspecto que se repite a lo largo de todo el libro: la individualidad solitaria de su autor. Henning Mankell habla de su vida, y únicamente de su vida, de sus traumas, de sus aventuras, de sus viajes, de sus momentos de alegría, de sus descubrimientos vitales... Podría pensarse que es lo normal en una autobiografía, pero la verdad es que este dato es precisamente lo preocupante de esta biografía, lo que la hace especialmente cargante y especialmente triste. Porque las vidas que son sólo una son muy pobres. Las vidas que sólo incluyen a una persona que las vive son inmensamente aburridas, y encuentran -como encuentra nuestro autor- frecuentes temporadas de hastío. Mankell se enfrenta ante la vida, pero se enfrenta él solo. No busca ayuda en nadie más, ni en otras personas, ni en Dios, a quien niega, por una "impresión" de que los creyentes lo son por miedo a la muerte. Curiosamente, también afirma -en el que yo considero el mejor capítulo del libro- que sin esperanza no puede haber dios, y él no pierde la esperanza. 
Entonces, Henning, ¿qué? Aparentas esperanza, pero estás más solo que la una, y ¿qué esperas cuando niegas lo único que cabe esperar? Te enorgulleces de una vida que, sinceramente, es poca cosa comparada con lo que habría podido ser, y te enfrentas a la muerte como un estoico. 
Pero nadie puede permanecer estoico hasta el final, porque ningún estoico ha vencido a la muerte. Descansa en paz. 

El mejor poema del siglo

Terminé hace poco "Antología de la nueva poesía española" de José Luis Cano. Es una recopilación de poemas de autores del si...