Resulta que ayer, sábado 29 de enero, unos amigos y yo acudimos por la mañana, a eso de las 7:45, al centro de València con el objetivo de repartir desayunos para las personas que duermen en la calle, es decir, los indigentes. En general no tuvimos mucho éxito, aunque encontramos a un transportista que dormía en su furgoneta en la Plaza de la Virgen, frente a la Basílica de los Desamparados, al que invitamos a un Cola Cao y una tarta de manzana.
Pero esa es solo la primera parte de mi día solidario. Resulta que, a las 11:30, otro grupo de amigos fuimos a uno de los barrios pobres de València a visitar a una familia pobre. Cuando entramos en el edificio de cuatro plantas en el que vivían me dí cuenta de que era la situación de más pobreza que había visto en mi vida, por lo menos de cerca. Esa certeza aumentó cuando nos abrió la puerta la madre de tres hijos,uno de 5 años, otro de 8 (creo) y el mayor, de 12. Eran gitanos, o por lo menos eso me pareció, y tenían (me pareció) lo justo para vivir. Bajamos con los dos niños mayores y con un niño amigo suyo, y, en un polideportivo cercano jugamos un partido de futbito improvisado. Hicimos que esos tres niños tuvieran un rato de diversión, que sonrieran.
La conclusión que saqué de la mañana de ayer es que vivimos muy bien, y que no sabemos lo que tenemos. Aprovechémoslo mientras podamos. Es mucho comparado con lo que algunos tienen.