viernes, 15 de diciembre de 2017

Golpes





Lunes por la mañana. Lluvia en Valencia. Como a buen mediterráneo -experiencia contrastada- el cielo gris me hace estar de bajón. Es una enfermedad que un lluvioso año en Alemania no ha conseguido sanar. Como tampoco la impuntualidad. Porque sí, este lunes también llego tarde a clase. Cuando llego a la facultad, voy a reprografía, a imprimir un trabajo que tengo que entregar, y me cruzo a la profesora que me toca. "Ella también llega tarde", pienso, "así que yo no llego tan tarde". Típico pensamiento valenciano. Tardo unos diez minutos en imprimir lo que necesito, y subo tranquilamente al primer piso. A la entrada de clase,  me encuentro a mis compañeros que salen. "Sólo entregar el trabajo", me dicen, "no hay clase". Como buen mediterráneo -por si no lo habías notado, este es el hilo conductor de este post- me alegro de esta noticia. Entro a clase, y voy hacia la mesa de la profesora. Con ánimo impropio de un lunes por la mañana, le hago una broma: "¡Qué pena! Yo que venía con la ilusión de tener clase...". La respuesta me deja la sonrisa helada en los labios: "Ya... Lo siento, pero es que estoy en proceso de divorcio. Mi marido ha vaciado la casa... Tengo dos hijos pequeños... Y los juicios y las citas con abogados son siempre por la mañana...". Y me cuenta un poco su vida, con cara y voz de tristeza. "Bueno, mucho ánimo", le digo antes de irme. No se me ocurre nada más. Pero me voy hacia la biblioteca para escribir en el blog -entrada que destruyó el ordenador en el que escribía, para gran desolación mía-, sumido en reflexiones melancólicas. Es el primer golpe de la semana. Pienso que es una pena. Que algo falla en un mundo en el que todo lo que vale la pena se rompe cuando no da gusto, pero también que la vida es muy complicada, que la culpa se diluye entre las circunstancias, la confusión, el dolor, el silencio y la incomprensión, que las personas no tenemos recursos -nadie nos los da- para gestionar bien el desamor. Y que no soy quién para juzgar.

Viernes por la mañana. La semana ha sido nostálgica, marcada por acordes y frases de rap -nuevo redescubrimiento-, y por algún que otro funeral. Parece que a todo el mundo le ha dado por morirse últimamente. Llego a clase -tarde- y sólo hay cuatro gatos. "Empieza una hora más tarde", me dicen. Como es habitual, no me había enterado, por no leer el correo (costumbre que, sí, también, es típicamente mediterránea). Cuando llega la profesora (no es la misma del lunes), nos explica el motivo de su retraso. "Mi hijo falleció la semana pasada". Se hace el silencio, y empezamos el test que estaba previsto para hoy. Mientras lo hacemos, me acuerdo de que un antiguo alumno de mi colegio, dos cursos por debajo, falleció la semana pasada. ¿No será? Busco en Internet. Es. Luego voy a Facebook, y recuerdo el rostro del chaval. Seguramente nunca hablé con él, pero le conocía perfectamente. Después de clase, voy a hablar con ella. "Yo también perdí a alguien muy cercano, hace ya tiempo", le digo. Y esa madre, que de milagro se sostiene en pie, me da una lección que vale mucho más que las clases de todo el cuatri. No sé si con estas palabras, pero es la idea que me queda: Son golpes que te da la vida. Hay que unirse y centrarse en los que quedan, en el amor de los que quedan.

Antes de escribir, pensaba que esta semana era difícil acabarla con esperanza, pero esa frase me la da. Y pienso en otra frase, que canta uno de esos raperos que un amigo -mediterráneo hasta la médula- me ha enseñado: "El amor es infinito mientras dura (...); el amor es infinito mientras duela". Donde hay amor hay esperanza, y donde hay esperanza hay también fe.

Ahora ya puede seguir caminando el tiempo. Nosotros seguimos caminando con él, como diría Calamaro, "con farmacia y con aguante". Pero seguimos.


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