martes, 31 de octubre de 2017

La vida está aquí.



En el salón, todos guardan silencio. Sólo la voz cascada del hombre, ya algo anciano, se oye, mientras docenas de estudiantes le escuchan sin parpadear. Ahora acaba de lanzar una frase, un punch, un gancho, sobre lo que importa a todo corazón humano: la vida. Todos estamos atentos a sus  labios y a su  mano derecha, que mueve hacia delante, desde sus ojos hacia los ojos de los que escuchan, mientras dice, con una voz que invita a la aventura: "la vida está aquí: en que yo te mire, y veas que te aprecio".

Y no deja de sorprenderme la razón que tiene. Porque es verdad. Es que una vida sin amor no es vida. Esta frase, propia de un Aristóteles, un Platón o un san Agustín, la acaba de decir un hombre sencillo y menudo. Pocos pueden expresar verdades tan fundamentales de la existencia, ideas filosóficas de tanto calado, sin haber estudiado una carrera, y sin utilizar un lenguaje elevado. Pero él puede. Él puede, porque se ha criado en la calle, y no le tiene miedo a nada. Porque ha hecho viajes a países lejanos sin nada en los bolsillos, ni siquiera edad para ser tomado en serio. Porque se ha enfrentado a la vida sin miedo, y ha salido adelante, porque había que salir adelante, y ha conocido a todo tipo de gente, y ha vivido mucho. Ha personificado aquella frase de Cervantes: "el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho". "Si hubiera nacido en otra época", dice en un quiebro genial, "habría sido un revolucionario. Un revolucionario... ¡pero católico!" Y me lo imagino con una metralleta, de guerrillero en la selva, o en la guerra de los cristeros de México.

En este hombre, al que -como se puede observar- admiro profundamente, todo es uno. Corazón y cabeza, vida y palabras. Me recuerda, siempre que le escucho, que la sabiduría no tiene nada que ver con tener un título, o ganar una oposición. Me recuerda que hay muchas cosas alrededor de las cuales gira nuestra existencia, que no importan nada, que el dinero no es que sea secundario, es que no es nada. En él veo a un maestro. Alguien que ha mirado siempre las dificultades a los ojos, que se ha equivocado mucho, que ha sufrido mucho, y ha aprendido de todo eso, sacando una enseñanza para el mañana. Alguien al que se puede imitar, o al menos escuchar. Él es Pedro Cortés, y su curricúlum es estar una hora escuchándole. Nunca deja indiferente.

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