sábado, 15 de junio de 2013

El fin del principio.


El jueves pasado terminó para mí un camino. Es el camino escolar, sinónimo de infancia, pubertad y adolescencia, de gritos, heridas, árboles, guerras de palos, tiroteos de algarrobas y partidos de fútbol en los que la portería era una pared y los equipos estaban formados por treinta en vez de once. Ese camino ha terminado ya para mí, y está por comenzar otro, el universitario, que ya veremos de qué es sinónimo.
Ciertamente, cuando uno está inmerso en la interminable primaria, piensa que aquellos que ya se van del colegio están lejanos, como seres inaccesibles, extraños, en una situación tan remota o más que la muerte. Pero, cuando uno llega aquí, y también os digo que he deseado mucho llegar, se da cuenta de que tampoco es para tanto, de que simplemente hemos terminado una etapa del camino, que se ha ido y nunca volverá, y ahora empieza otra etapa, que será mejor que la pasada, con un poco de buen humor y ganas de esforzarse.
No sé, son cosas que se me ocurren. Con todos los actos de despedida del colegio y demás, queda claro que esto es un final. Y lo es, sí, pero es el final del principio. Ahora viene lo bueno.
¿Y qué haremos, pues, de todas las carreras, las pipas en el patio, las cabañas, etcétera? Las aparcaremos en un lugar respetuoso del recuerdo, para volver si acaso a ellas cuando tomemos una cerveza en un bar con un amigo del colegio, de esos que seguirán siéndolo después de haber franqueado por última vez la puerta de salida. Y ya está. Por lo demás, que se queden ahí. Ya han pasado, ahora toca mirar hacia delante, y crecer. Le ha llegado el turno a otro comienzo. Bienvenido sea.

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