Me encontraba yo en una tienda grande de cierta empresa de deporte multinacional. 4 de enero. Os imagináis el panorama. Un millón de padres (o, mejor dicho, madres) buscando regalos para un millón de niños, buscando contentar sus necesidades, y, en algún caso, comprar su cariño, su obediencia, su buen comportamiento. Mientras tanto, como diría el hombre del año, los excluídos esperan.
El Papa Francisco, de quien no había hablado todavía, carga, en su último libro, contra el sistema económico mundial. Un apunte: es ciertamente curioso que, tratándose este libro, en alguna de sus partes, de un ataque frontal al capitalismo, no haya sido más mencionado en los medios. En fin, lo que yo quería decir es que, mientras cientos de miles de chavales iban a tener, el seis por la mañana, sus regalos bajo el árbol de Navidad, en la misma ciudad cientos no iban a ser ni mucho menos tan afortunados. Y, me pregunto: ¿hasta qué punto estamos hablando de necesidades? ¿son realmente estas necesidades, como enseña y afirman los economistas, ilimitadas? ¿Hasta qué punto nos estamos tirando piedras sobre la cabeza, creando necesidades innecesarias desde la primera infancia? Cuando lleguen a la edad madura, ¿serán capaces de compadecerse de las miserias de quienes no tienen nada, o pensarán que es tarea ajena, y seguirán centrados en cubrir sus necesidades? No respondo en futuro, sino en presente: no, no son de hecho capaces de compadecerse de ellos, no lo somos. El Estado del Bienestar nos anestesia, nos fija en nuestras 'necesidades', y los dramas ajenos resbalan desde el televisor. Y una sociedad injusta terminará por explotar.
Yo no tengo soluciones seguras y concretas, pero se me ocurre que quizá tenemos cientos de cosas superfluas, que no necesitamos, y podemos dar a otros (no hablo de casas y coches, sino de cosas menos importantes), o quizá podemos dar nuestro tiempo para trabajar en pro de un sistema más justo. Lo que está claro es que no puede seguir así, no podemos seguir pactando con esta globalización de la indiferencia. Mientras escribo esto, y tú lo lees, los excluídos siguen esperando.
Con nada más que decirle al mundo.
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