De todas las experiencias que viví en Madrid del 16 al 22 de agosto durante la JMJ (cantar a coro con 50 personas en medio de las calles, hacer ''pasillitos'' en el mismísimo centro de Madrid, rezar un Via Crucis en la Plaza de Cibeles, centro de la capital de un Estado de política anticatólica). De todas esas, la que más me impresionó y en la que más disfruté fue en una que no he nombrado, en Cuatro Vientos, en la Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento. La voy a contar de forma un poquillo literaria:
DE CÓMO DOS MILLONES DE JÓVENES SOPORTARON EL SOL, EL CALOR, EL VIENTO Y LA LLUVIA, POR VER AL VICARIO DE CRISTO EN LA TIERRA
A las 2 del mediodía, cuando quedaban más de 6 horas para que el Papa llegase, en la enorme explanada del Aeródromo ya se concentraban más de 300.000 personas, y continuaban llegando, españoles, franceses, italianos, ingleses, americanos, polacos, iraquíes, rusos, kazajos, ugandeses, ¡de todo el mundo! Todos reunidos para ver a un solo hombre, el Embajador de un Dios que se hizo Hombre por nosotros.
Durante esas 6 horas, un millón y medio de personas entrarían por las puertas de acceso Cuatro Vientos. En esas 6 horas, el Sol solo dejó de brillar y calentarlo todo (asfalto, tierra, yerbajos, cabezas...) en las contadas ocasiones en que una nube protegía a la multitud de peregrinos. Tanto que muchos se preguntaban: ''¿Cómo que Cuatro Vientos? Aquí de viento nada!''. A las 4, la temperatura ambiente ya era de 44 grados, y el Sol estuvo 6 horas golpeando a esos 2.000.000 de personas, hasta las 8 de la tarde, cuando, de repente, todo se nubló.
Posiblemente nadie se dio cuenta hasta que el primer trueno surcó los cielos madrileños, porque el Santo Padre ya había llegado y todas las miradas se fijaban en las pantallas y en el escenario de Cuatro Vientos, pero a las 20:45, una fina lluvia comenzó a caer en el aeródromo, y el Papa dejó de hablar cuando sus ayudantes vieron como el viento hacía volar el solideo de Benedicto XVI. Desde ese momento, el discurso del Papa se interrumpió, y todos miramos al cielo, pensando que no podía ser verdad y cogiendo las banderas y esterillas para protegernos de la lluvia. En 5 minutos la lluvia había multiplicado por el viento su caudal y su dureza, soplaron vientos de hasta 102 kilómetros por hora. Todos los peregrinos se temieron lo peor, que el Papa se fuera, y, animados por esta preocupación, comenzaron a cantar.
Al principio fueron unos pocos, luego cientos, luego miles, luego cientos de miles, luego los dos millones de personas reunidas en Cuatro Vientos corearon: ''Esta es la juventud del Papa''. Sin parar, durante diez minutos en que la lluvia nos caló hasta los huesos, y las banderas acabaron tirando más agua de la que absorbían, los sacos quedaron chopados, el suelo medio embarrado, pero la lluvia no remitía, hasta que, pasados 15 minutos desde que el Santo Padre interrumpiera su discurso, uno de los presentadores del evento habló: ''Nos han dicho que durante este día habéis pasado mucho calor y habéis tenido mucha sed, así que esperamos que esta lluvia sirva para refrescarnos; ahora, en cuanto amaine, el Papa continuará su discurso, vosotros rezad para que sea pronto''. Y, diez segundos después, la lluvia amainó. ''¿Véis?, ¡funciona!''.
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